martes, 2 de junio de 2015

DE LA DIFERENCIA ENTRE VIVIR Y SOBREVIVIR…

…O por ser si fuera posible más precisos, de los últimos reductos donde todavía se esconden las últimas esencias, a la sazón, quién sabe, si los últimos resquicios desde los cuales afianzarnos, albergando a través de ellos la digna necesidad de diferenciarnos de los animales.

Podemos así pues decir sin miedo a equivocarnos, que vivir es en sí mismo un privilegio, un hecho necesario si se prefiere, acudiendo a las categorías filosóficas, a partir de las cuales se convierte en una exigencia, erradicando con ello toda tentación de albergar cualquier intención de inducir componentes ruines o de dispersión; el poder establecer de modo totalmente nítido, aunque insistimos no por ello excluyente, la línea donde acaba lo general, lo accidental o si prefiere el perímetro capaz de albergar todo lo propenso al azar y a la evolución vinculada a la mera adaptación cuando no a la supervivencia del más fuerte; para dar paso a esa reconstrucción de valores éticos y morales cuya lúcida concurrencia cooperan para dar paso cuando no carta de naturaleza a lo que si se apura ha dejado de ser el Hombre, para dar paso, probando el término en sí mismo que no renegamos de la conciencia evolutiva, al Ciudadano, al Político.

Obedece así pues una vez más nuestra exposición al proceso por el cual desde la propuesta de una aparente realidad, se promueven líneas de confrontación que, lejos de redundar en lo que cabría expresarse en los términos propios de una conclusión cerrada, no vienen en realidad sino a promover el debate, cuando no la franca discusión, toda vez que ésta se encuentra dignamente justificada en lo abierto de los conceptos, como del procedimiento en sí mismo.

Sea como fuere esta abstracción, lejos de erigirse en una dificultad, se convierte en sí misma, o así sucede atendiendo a nuestras consideraciones, en una fuente de solución al permitir desgranar desde su aparente ambigüedad, un retortero de posibilidades la mayoría de las cuales serían del todo improbables, cuando no a veces francamente incompatibles con la realidad, en el caso de haber procedido desde una perspectiva que podríamos catalogar de reduccionista por lo breve.

Es con ello que en pos de ir definiendo los componentes que habrán de configurar una verdadera conducta humana, o si se prefiere empezando por determinar con franqueza la diferencia entre animales y hombres, convendría sin duda esgrimir abiertamente cuál es, o a lo sumo dónde reside la cualidad que más allá de su naturaleza humana, redunde en realidad en su condición de exclusiva a la hora de mostrar tal acepción en su comparativa en este caso para nada escueta, y que habrá de darse entre animales y hombres.

Nos damos así pues de bruces con la realidad, máxime cuando comprobamos la paradoja de intuir que ya en el condicionante expreso de la propia formulación de la pregunta, reside la condición de la respuesta. Volviendo pues y con una intención para nada negligente, comprobamos que el mero hecho de preguntarnos por la vida, más allá de sus consideraciones, incluso de sus expresiones, supone en sí mismo aceptar que el Hombre es capaz de diferenciar entre la presencia y la ausencia de Vida, esto es, el Hombre es el único lúcidamente competente para identificar la presencia o la ausencia de vida.

Lejos de caer en el burdo ejercicio de reducir la Vida a la ausencia de Muerte, lo que en realidad queremos decir es que se puede estar vivo, y no por ello vivir. Dicho de otra manera no todos los que se creen vivos son capaces de vivir la vida, o son en realidad capaces de vivirla digamos plenamente.

Porque de la misma manera que ha quedado demostrado que en base a cuestiones referidas a la aptitud no solo no somos iguales, sino que abiertamente bendecimos la existencia de tales diferencias, es que podemos determinar que no todas las formas de vivir son iguales es más, algunas son manifiestamente incongruentes con el o los criterios en torno a los cuales parecen ceñirse las disposiciones en torno a las cuales se determinan los parámetros aceptados como congruentes en pos de determinar lo que denominaríamos vida conforme.

Iniciado así pues un proceso interesado casi más en la eliminación de las contingencias, que en la rememoración de las necesidades; más pronto que tarde acabaremos por atribuir el éxito de nuestro ejercicio a la localización, cuando no al análisis, de ese ingente grupo de capacidades de entre las cuales solo los consabidos aunque no por ello garantes de la certeza, debates, acaben por arrojar una suerte de ganador en este aparente concurso de la mejor virtud, cuando no de la virtud más humana.

Con todo y con ello, o tal vez a pesar de ello, que lejos de despistarnos de lo que podríamos denominar como catálogo de procederes desde los cuales encomendar o definir nuestro proceder, a lo que inequívocamente nos conduce todo lo hasta ahora esgrimido es a depositar una vez más en la dignidad todos y cada uno de cuantos parámetros, conceptos o procederes ayer, hoy o mañana podamos definir como imprescindibles de considerar a la hora de garantizar la correcta identificación, ahora sí por ende excluyente, de todo aquel que ose ser considerado como integrante del Grupo de los Hombres.

Notoriedad pues la dignidad aparentemente intrínseca a la condición de Hombre, que lejos de enclaustrarlo o mucho menos limitarlo, se muestra más bien como el elemento encargado de proyectarlo hacia delante de manera tan impresionante como eficaz promoviendo el ejercicio de la conducta que le es propia, a saber, la del sentido común implementado en la responsabilidad.

Se erige pues la responsabilidad como el reducto en el que se reafirman las tendencias gregarias del Hombre. Catalizador de las Reacciones Sociales, es por medio de la responsabilidad que el Hombre alcanza su enésimo estado, a saber el más perfecto de cuantos ha conocido hasta el momento, sencillamente porque es el que más lejos le ha permitido llegar hasta el momento.

Es el Estado de Ciudadano el propio del Hombre superado. Pero superado en el tono de desbordado, mejorado, perfeccionado. El Hombre regido por las conductas reduccionistas que se esperan de la Ética, se subroga a las consideraciones deductivas que se ofrecen tras el desarrollo de la conducta Moral.
El grupo supera al individuo, y es entonces cuando la Polis se erige en conducta natural, superando con ello a la Akhrópolis, cuyas consideraciones obedecen a criterios someramente beligerantes, defensivos a lo sumo.

Surge entonces La Política como expresión firme de las conductas más propias que se esperan del Hombre ascendido a Ciudadano a saber, aquellas que son propias de elevar al Ciudadano por encima de sus propios límites, haciéndonos albergar esperanzas de que de sus conductas se extraiga mayor satisfacción no tanto por la satisfacción del bien propio, como sí por la obtención del bien común.

Es así pues que paralelo a la transición del animal al hombre, corre la que lleva del hombre al ciudadano. Como catalizadores extremos, la dignidad como virtud, la responsabilidad como procedimiento.
Una forma de evaluar el grado de cumplimiento de lo demandado, el que pasa por la implementación de una nueva forma de parnasianismo a saber, la capacidad para interpretar al Hombre en si mismo, sin necesidad de tener que recurrir a sus expresiones, sin duda manipuladas por el ambiente, determinadas por el contexto.

En definitiva, reconozcamos que la utilidad bien podría estar sobrevalorada. Recuperemos pues la condición Romántica visible en la capacidad de disfrutar del Arte en tanto que tal es decir, por lo que significa, sin más.


Luis Jonás VEGAS.


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