lunes, 2 de junio de 2014

NI DIOS, NI PATRIA, ¡NI REY!

Dentro de un proceso que al menos en el terreno de lo emotivo solo puede compararse con la consecución por parte del Real Madrid de la décima, (como aquel lunes todos lo esperaban, parecía ser solo cuestión de tiempo,) lo cierto es que no por esperada, la abdicación que de La Corona ha sido anunciada por el Borbón en la mañana de hoy, podía en realidad suponer sorpresa mayor.

Es entonces que, como ocurriera el pasado lunes; una vez superado el shock que de forma contigua se desencadena en pos de la racionalización de los hechos, poco a poco nos vamos posicionando en tanto que del hecho en cuestión, acabando no tanto por entenderlo, como sí más bien por aceptarlo como algo probable, más bien como algo inevitable.

Sin embargo, haciendo buena una vez  más esa certeza en base a la cual no ya los grandes acontecimientos, sino más bien la interpretación que los mismos acaban por gestar, nos llevan a comprobar la valía, o la falta de esta entre los que nos rodean; es cuando definitivamente, y atendiendo al establecimiento de una relación de carácter inversamente proporcional, que podemos si no darnos cuenta de la magnitud del hecho que compartimos, al menos si comenzar a intuir la valía del mismo.

Por eso, cuando hoy compruebo que España cede a la tentación de pervertir la que a la sazón constituye una de sus tradiciones más honestas, a saber la que pasa por celebrar un discurso de lauda dirigido a alguien que no cumple el que hasta ahora era requisito imprescindible, esto es, la irrefutable consideración de estar muerto; es por lo que yo definitivamente me he decantado por acabar dando pábulo a esa certeza en base a la cual, no solo hoy podía ser un gran día, sino que directamente iba a ser un día especial.

Sin embargo, a medida que transcurría el día, y los distintos medio, ya fueran éstos comunes o detractores del evento en consideración se empeñaban en disipar cualquier atisbo de esperanza en relación a cualquier hecho ajeno a lo que una vez más parecía estar atado y bien atado, lo cierto es que una corriente bastante más angustiada, que procedía en este caso del ácido del estómago, me ha ido llevando paulatinamente, a medida que la excesiva atención mediática acababa por superar en extensión procedimental al hecho en sí mismo, a prestar atención a los devaneos que los analistas, revisores y consuetudinarios, se veían obligados a llevar a cabo una vez que el asunto, realmente, no daba para más.

Ha sido entonces, cuando en mitad de un ejercicio de Logolatría, inmerso en un comentario propio de la Retórica de Cicerón, que un contertulio que no viene ahora al caso, ha terminado por rematar su glosa afirmando que la Democracia no se entiende en el caso de España, sin el Rey.

Superado el que hasta el día de hoy constituía el mayor debate que en relación al tema regio se aceptaba en España en las mesas de postín, esto es, si España era en realidad monárquica, o no pasaba de Juancarlista; lo cierto es que no estoy dispuesto a permitir, y por supuesto no voy a hacerlo, que columpiado, casi sin querer, y siguiendo la técnica del que convencido de que disimulado entre las rosas que componen la corona fúnebre se podrá hurtar una flor; se pretenda disimular no ya un desliz, cuando sí más bien robar a los ciudadanos el que sin duda constituye su mayor logro en pos de cuantos se han consolidado a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo a saber, efectivamente el que cuenta entre su haber con uno de los mayores periodos de paz y estabilidad de cuantos ha gozado nuestro país.

Sin embargo, empeñarse en inferir que tal hecho se halla en principio inexorablemente ligado a la figura, cuando no a la persona de Juan Carlos de Borbón, constituye un hecho de una violencia conceptual, cuando no de una baja estofa ciudadana, que en definitiva no estoy dispuesto a dejar que pase desapercibido.

Permitir que se asimile a la figura de un Rey, máxime una vez comprobados los vínculos que éste tiene o puede llegar a tener con los elementos de poder, con los verdaderos elementos de poder, constituye no ya un error de imperdonable calibre, como sí la que bien podía constituirse como prueba irrefutable que enarbolarían con gusto los que se empeñan en inducir a debate la cuestión de si los que constituimos este país somos o no víctimas de una especie de infantilismo.

Los mismos que desde tales posiciones se hacen en este caso fuertes en torno al detrimento de la posibilidad de someter fielmente al saber popular cuestiones tales como la pervivencia de la propia institución regia, se desviven por inducir en el espíritu de los que conformamos este país, una suerte de virus de la duda, cuyos síntomas principales se escenifican en forma de dudas, desazón, y miedo a lo desconocido.
Desde tales tesituras, o más concretamente desde las que los mismos plantean, que en torno no ya a España, cuando si más bien a los españoles, se va tejiendo una suerte de trama que termina por abocarnos a una especie de realidad virtual alienante, que en el caso concreto que nos ocupa tiene su escenificación en la confabulación de un estado de las cosas en el que cuestiones primarias tales como la superación del concepto de modelo de estado representativo acaban por ser no ya violentadas, sino que se deducen en pos de un procedimiento absolutamente orientado a soliviantar a las gentes.

Así, y solo así se entiende que hayamos vivido con tanta naturalidad el primer y único día que en este país no ha habido Rey, en los últimos cuarenta años.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



No hay comentarios:

Publicar un comentario