martes, 10 de junio de 2014

DE DORIAN GRAY A LOS SELFIES, PASANDO, OBVIAMENTE POR LOS ESPEJOS.

Resulta curioso comprobar una vez más cómo una de las paradojas que más efectos secundarios tuvo para la especie humana, la cual se pone de manifiesto cuando analizamos la premisa en base a la cual todo individuo está capacitado para hacerse una primera impresión de todo aquello que le rodea, le lleva a constata que está igualmente de manera natural incapacitado para verse a sí mismo. Semejante constatación nos lleva una vez más hoy,  a pesar del tiempo transcurrido, a traer de nuevo a colación la terrible certeza que supone comprobar el pavor que a menudo el Hombre puede causarse a sí mismo, cuando reconoce su imagen, que no a si mismo, en una lámina de mica, o en el espejo de la superficie de un lago de montaña.

Abandonando aunque sea solo por unos instantes el enojoso mundo de las paradojas, resulta en parecida línea preocupante el hecho de que sea el Hombre el único animal capacitado para llevar a cabo aquello que a título particular denominamos hacerse una idea de sí mismo.
Lejos en nuestro ánimo el desencadenar un debate en relación a si los métodos que el mencionado emplea para desarrollar semejante tarea son o no justos, de lo que no cabe la menor duda es de lo complicado que puede llegar a ser no tanto el decidir en este caso cuando se actuará o no de manera correcta (la moral, como juez supremo a todos los efectos está sometida a un proceso de adaptación, de cambio en cualquier caso) lo que nos conduce de manera muy relevante a tener que plantear la oportunidad de introducir en la cuestión una nueva variable la cual bien podría estar supeditada a la cuestión de si cabe o no albergar la más mínima esperanza de encontrar en la Cultura (entendida obviamente como reflejo real de la conducta del Hombre) algo que verdaderamente haya permanecido inalterable, y tenga en consecuencia posibilidades de seguir haciéndolo.

Sea como fuere, lo que a todas luces parece quedar fuera de debate, es la cierta capacidad que el individuo tiene de reconocerse, ya sea en las conductas propias, como incluso en las de las demás.
Es de tal reconocimiento, de donde se extraen imperiosamente los criterios o pautas destinados a albergar en cualquier caso la esperanza de poder presagiar, de hacer previsibles, ciertos rolles cuando no ciertos modelos de comportamiento siempre gracias a los cuales podemos anticiparnos a las respuestas que se esperan de nuestras conductas, diseñando así de manera concienzuda verdaderas tácticas sociales, destinadas de manera casi exclusiva a sentirnos cómodos dentro de una determinada sociedad, de la que nos sentiremos partícipes y para la que actuaremos como actores consecuentes en la medida, obviamente, de que ésta resulte reconocible para nosotros.

Es entonces cuando el tiempo, o más concretamente su discurrir, manifiesta los resultados de su acción.
En contra de lo que pasa con ésta cuando se refiere a un solo individuo, sobre el que los cambios debidos a la acción del tiempo son tan profundos como rápidos (de ahí el miedo de GRAY); los efectos del tiempo sobre las sociedades son por el contrario, responsables de una ralentización, cercana a veces al anquilosado, que acaba por destruir a las sociedades toda vez que el individuo, en última instancia agente y receptor de todos los desempeños de la sociedad, deja de reconocerse en ella. (Por ello el retrato ha de permanecer oculto.)

Es entonces cuando nos vemos en la obligación de, enlazando de manera directa con la línea argumental diseñada en nuestro anterior disposición, de acudir al elemento destinado a hacer reconocible el hilo conductor de esta película en la que aparentemente algunos se empeñan en convertir el devenir de la realidad.
La coherencia, arquetipo en el que identificamos todas las premisas destinadas a albergar la certeza de esa conducción, se muestra ante nosotros desvelando la dialéctica que resulta imprescindible para reconocer sin ser presa del pánico que aquello que a priori parece estar destinado a ser modelo y estructura, por estar dotado de principios magnos y casi dogmáticos; se muestra hoy ante nosotros precisamente como uno de los elementos sobre los que más presa ha hecho el actual modelo de interpretación de las cosas, aquél que cifra precisamente en el cambio las máximas virtudes tanto de lo que conocemos, como de lo que está por venir.

Es entonces cuando todo comienza a resquebrajarse porque: ¿El Hombre se reconoce a sí mismo por sus actos (contingentes y cambiantes)? ¿O lo hace al contrario en tanto que puede extraer de todo y de todos una especie de virtud definitiva (propensa a erigirse bien en  modelo, bien en creadora de éstos)?

Lejos de buscar ni tan siquiera una respuesta, la mera imposibilidad seria que existe hoy por hoy de hacer una extrapolación sincera, de poder hacer una sencilla previsión destinada a albergar una esperanza de respuesta coherente con alguna clase de principios en base a los cuales poder llegar a preveer una determinada respuesta cuando se hace una determinada pregunta; nos lleva a poder afirmar sin el menor lugar a la duda, que se aproximan tiempos muy difíciles.

Tiempos en los que quién sabe, tal vez el excesivo aprecio por lo original, han terminado no ya por desvirtuar el precio por la tradición, como sí más bien por hacernos caer en la trampa de un positivismo asociado a lo nuevo, sin más.
En Sociología, en Historia, incluso en Política, la vinculación con la tradición se lleva a cabo en base a la búsqueda de modelos, de imágenes, gracias a las cuales, o más bien gracias a la posibilidad de reconocernos en las mismas, en las más diversas maneras, podamos en realidad establecer patrones de conductas destinados a hacer presagios para el futuro, para un futuro mejor.
La pérdida de tales percepciones, escenificadas en el evidente esgrimir de conductas carentes de dicha coherencia, llevan inexorablemente al reconocimiento de unos patrones cuya anarquía solo puede ser reconocible desde el punto de vista de la traición preconcebida de los valores que nos son propios, de los valores que una vez más, insisto, nos llevan a reconocernos a nosotros mismos, ya sea como individuos, o como integrantes de una Sociedad.

De ahí que la muestra de fracaso que supone la cada vez más evidente incapacidad para reconocer en los Sistemas, incluyendo por supuesto en los Sistemas Políticos, la pervivencia de esos modelos, lleva al Hombre a sentirse cada vez más pobre, más solo, y lo que es peor, más desamparado en tanto que se da cuenta del desafecto con el que los Sistemas que creó, le pagan su esfuerzo.

De ahí que los selfies estén cada vez más de moda.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario