martes, 11 de marzo de 2014

CUANDO ES EL NEGRO EL COLOR QUE REPRESENTA EL ABSOLUTO.

El absoluto del terror, el infinito miedo. La absoluta mediocridad, la incomprensible necesidad de la mentira. Es en definitiva el negro, el color de lo absoluto. Por ello hoy, diez años después parece imprescindible que para que unos blanqueen sus miserias, otros hayan de comenzar a sacrificar su por otro lado justificado derecho incluso a las rencillas. Rencillas a mi entender absolutamente justificadas, máxime cuando los diez años transcurridos no sirven sino para entender en muchos casos, lo incomprensible de muchas de las cosas que se han dicho, amparados de manera paradójica en otras que, siempre supuestamente, algunos han callado, cuando no maliciosamente silenciado.

Se justifica la presente reflexión en el largo proceso de maceración que desde primeras horas de hoy viene provocando en mi ánimo escuchar no tanto las continuas alusiones al X aniversario de la fatídica fecha, como sí de escuchar, una vez más, a Pilar MANJÓN. Son sus palabras una vez más motivación suficiente para hablar desde la más profunda de las admiraciones. Confieso que hablo de una de las pocas personas capaces de dejarme sin aliento, insisto, una vez más, cuando profundizando en la que sin duda debe ser una de las mayores expresiones del dolor que el Hombre puede conocer, y que se traduce en el hecho de enterrar a un hijo; no la impide, ni por un instante hilvanar no ya un discurso coherente, sino que lo hace convirtiendo de nuevo en grande el aforismo según el cual, las grandes cosas se dicen desde palabras pequeñas.

Es el suyo un discurso sereno, coherente. Lleno de verdad, y no por ello carente de emoción. Y es ahí donde gana en credibilidad, al ser capaz de aportar un plus de humanidad que sin duda, sirve para que logremos hacernos una lejana idea de la valía de una persona que, pese a haber sido golpeada de una manera violenta como pocos, sigue siendo capaz, a pesar de todo, de seguir insuflando ánimos, los cuales, quién sabe, seguro se traducen en auténticas ganas de vivir, para muchos.

Porque pequeño ha de ser, sin duda, el equipaje de aquél que sabe que ha de partir. Lo liviano de la sencillez, es el componente fundamental desde el que me atrevo a afirmar que la Sra. MANJÓN desarrolla su discurso. Y digo que de desarrolla, porque al igual que en otros lugares y ocasiones resulta sencillo diferenciar al orador que pronuncia, respecto del conferenciante que lee; el discurso de MANJÓN presenta una serie de características largas de enumerar aquí y ahora, pero que en el fondo todos conocemos, y cuya existencia todos constatamos cuando, como ocurre con la mayoría de las cosas importantes de la vida, nos damos de bruces con ellas.

Es el negro, insisto, el color del absoluto. Resultante de la acumulación de todos los colores, a medida que modificamos la longitud de onda de las luces que lo originan, vamos obteniendo, de manera natural, el resto de componentes de la gama de colores.
Puede ser por ello que, desde mi opinión, sea el negro el color que mejor describe la composición del Ser Humano; ya que solo el Hombre es capaz de albergar en su interior, en forma de potencialidad, todas y cada una de las capacidades que hemos conocido, conocemos, y sin duda seremos capaces de conocer; siendo cada uno en su proceso de vivir, el responsable de elegir no solo qué colores rechaza, dando con ello lugar al color que decide que finalmente ha de definirlo, dentro de los esquemas que estamos configurando.

Es por ello el negro, reitero, el color del absoluto. Del absoluto mal, que se alienta de manera imprescindible desde el absoluto que suponen en este caso toda forma de dogmatismo, de religión, y que alientan en este caso como ningún otro fenómeno al Ser Humano, para demostrar cómo, efectivamente, somos capaces de pintar paisajes llenos de luces acudiendo para ello tan solo a nuestro corazón, precisamente porque el mismo es igualmente capaz de albergar la más profunda de las oscuridades.
Un absoluto que solo resulta comprensible accediendo a la psique del criminal, o dando un rodeo, acudiendo a la filosofía de pensadores como Hanna ARENDT, la cual pese a ser una de las más grandes intelectuales del pasado siglo, autora de obras indescifrables tales como La banalidad del mal, se permite luego el lujo de caer en brazos de las teorías del que será su maestro y mentor, Martín HEIDEGGER el cual, como es sabido, abducido por HÍTLER, llegará a preguntar en el transcurso del juicio seguido contra EICHMANN, por la condición humana, sus contradicciones, la maldad como rutina.

Y así que, por más que la bondad innata de algunos seres, personificados en este caso en la forma y la figura de la Sra. MANJÓN, no han de despistarnos ni un solo minuto de la que a mi entender ha de ser a partir de ahora; cuando comprobamos la unificación de las víctimas, y tenemos juzgados a los responsables; la que ha de alentar con fuerza nuestra misión. A saber, evitar que muchos logren blanquear un pasado reciente, y muchas veces exitoso fraguado no obstante, como suele ser por otro lado propio en España, a costa del sufrimiento de semejantes.
Digo esto porque el ya mencionado EICHMANN llega también a teorizar entre otras cosas, en relación a lo que acontece cuando el mal se banaliza  porque está respaldado por el poder, por la ley, o sencillamente por el miedo que produce el temor a ser rechazado por la mayoría, o sencillamente porque se entiende como medio o instrumento en pos de alcanzar un fin superior. Cuando se extiende como una plaga, se cotidianiza, se diluye y finalmente, se mezcla hasta confundirse con la voluntad individual y los nobles instintos...

No pretendo obviamente erigirme, ni hoy, ni nunca, en salvador de la patria. Sin embargo no es menos cierto que, acudiendo a la constatación una vez más efectiva del que viene a suponer uno de los mayores males de España, a saber lo poco que nos queremos los españoles, lo cierto  que resulta comprobar cómo, de nuevo: “los hijos de la oscuridad, se aprovechan una vez más de los recursos que aquéllos que siempre se constituyeron como hijos de la luz.”

Me alejo así pues, para no sucumbir, a cualquier tentación en pos de sentirme más papista que el Papa, situación ésta que puede traducirse maliciosamente del hecho de que de mis palabras alguien extraiga esa desazón cuya ausencia precisamente celebro en el, no me canso de repetir, maravilloso discurso mantenido por la Sra. MANJÓN. A pesar de todo, no me duele prenda reconocer que, en lo más profundo de mí, en ese lugar al que solo llegamos cuando nos tocan muy hondo, me duele sobremanera que en España sigamos confundiendo el consabido derecho al resarcimiento, con negruras propias del afán de venganza.


LUIS JONÁS VEGAS VELASCO.


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