martes, 11 de febrero de 2014

CUANDO UN ÁRBOL CAE EN UN BOSQUE SOLITARIO, ¿HACE RUIDO?

En similares términos, obviamente con sus peculiaridades y por ende vicisitudes, cabría de ser expresada la que es expresión fehaciente de la serie de circunstancias que vienen rodeando el que ha pasado a ser “El Caso de los Borbones”.

El árbol caído en este caso ha sido, en contra de lo que pueda parecer, no tanto la Corona, como sí por el contrario el mito que le ha sido propio durante tantos y tantos años.
Tanto ha sido así, que de un tiempo a esta parte en España hemos pasado, rozando el límite de la impertinencia diría yo, a ver no ya el resurgir de grupúsculos pidiendo el armagedom (lo que vendría a ser la III República vamos); sino a escuchar de manera alta y clara a personalidades para nada sospechosas, como es el caso de conocidos editorialistas de ABC, llegar a preconizar la más que evidente necesidad de que LA INFANTA se retire a un discreto segundo plano renunciando, como es evidente, a todos sus derechos incluyendo, como es obvio, aquéllos que tienen que ver con la Sucesión.

En un país como el nuestro, en el que el patriotismo no es un concepto sino más bien una forma de vida (si bien muchos la traducen, cuando no la matizan encaramando “el toro y la flamenca” encima de la pantalla de plasma); lo cierto es que cada vez resulta más complicado lograr abstraerse de ciertos debates.
Y no porque los mismos sean complicados, ni mucho menos porque de la argumentación que pueda ser propia de los mismos se pueda derivar un potencial cambio de postura (al tratarse de temas tan cercanos a lo divino, lo cierto es que la tendencia al dogma impide cualquier tratamiento mínimamente serio de las cuestiones primordiales). El problema subyace en que, precisamente de denotar la imposibilidad de retrotraernos en el procedimiento, resulta  del todo imposible cualquier posibilidad de esperanza a la hora de llegar a un acuerdo.

Por ello y en esencia, sin llegar a KANT, no podemos ni debemos dejar pasar la oportunidad de volver a citar a MIRABHAUT el cual muy acertadamente vino a recordarnos en su obra “Derechos Naturales”, que: “...así este país (España), hace tiempo que perdió su ocasión de librarse de las pestilencias que emanan de sus establos, guillotinando a unos pocos de sus propios, librándose a su vez de la presión que suscita su excesiva dependencia del rigor que imponen por un lado las rígidas sotanas de unos, y los encorsetados uniformes de otros...”

Y es así no ya en un país como el nuestro, sino más bien debido a un tiempo como el que nos ha tocado vivir, que “la bailaora y el toro” han de hacer malabarismos sobre la cuerda floja en la que se ha convertido la delgada línea que supone la pantalla de plasma.
Es así que la metáfora que pasado y presente representan en tal consideración, se materializa ante nosotros haciendo estragos, no tanto por el calado de las consideraciones que de radicar en un país serio habrían de ser propias, como más bien de comprobar lo mal que una vez más en España llevamos aquello de las digestiones pesadas. Y es que resulta evidente que en un país en en el que desde lo de la “LA PEPA”, algunos no han vuelto a ver ni nieve, ni un verdadero atisbo de lealtad a cualquier cosa que escape a cuanto puedan ver desde su más que evidente miopía.

Pero si malas son las digestiones pesadas, qué decir del efecto de las velocidades excesivas. Es así España, todavía un Imperio. Se mueve pues, a su ritmo. De manera lenta, pero constante. Con rigor, pero sin azares. Que tiene su propia inercia vamos. Inercia que, volviendo a la paradoja, no  puede verse alterada, ni con toneladas de sal de frutas.
Y es así pues que, desde semejante tesitura, que podemos plantear el shock que para muchos supone el pasar de las Instituciones Inamovibles, al  tragicómico espectáculo de ver a Dª Cristina de Borbón imputada. Y todo cuando como digo, algunos siguen anclados en la ya para otros trasnochada etapa del “Juancarlismo”. Qué dudamos pues de la “Europa de las dos velocidades”, cuando en España somos un país de “dos etapas”.

Y es entonces que el empacho, es inevitable. No ya tanto por la inoperancia de los profesionales asignados al respecto, de la que tan abiertamente unos y otros han dado cumplida muestra para qué vamos a negarlo; como si más bien de algo que en emergencias conocemos como la indulgencia para aquéllos que manejan una situación para cuyo tratamiento no existen ni tan siquiera modelos de predicción.

Porque digamos lo que digamos, no voy a decir pese a quien pese porque tanto los que lo disfrutaron, como los que lo denostaron; pocos son a día de hoy los que nos acompañan; el modelo republicano poco o nada a significado para España. ¡Pero si hasta “tuvieron que salir corriendo” hasta Saboya en busca de un heredero porque una vez más las prisas de curas y militares se tradujeron en el esperpento que tumbó el primer ensayo!

Y es que ése, que no otro, es el espíritu que preside el ánimo de muchos de los que observan con sorpresa y no sin cierto pavor no tanto el espectáculo que da toda una Infanta de España; como sí más bien el hecho de presagiar que sus leyendas, que sus mitos, no solo no son ciertos, sino que son realmente falsos.

Constituye a menudo la verdad, la más increíble de las mentiras. Por ello, acudir hoy con un mínimo de respeto histórico al perfil de presente que atesora España, induce una sensación para la que, verdaderamente, hay que estar preparado.
Desde aquella Reina Costurera (a la sazón la esposa de aquél frustrado Rey secuestrado de su tierra en Saboya), hasta la mismísima María de las Mercedes del “dónde vas triste de tí” lo cierto es que nuestro país ha ido acumulando una serie no tanto de desaciertos, como sí más bien de incompetencias gestoras que tienen hoy por hoy su colofón, a la hora de ver a una Grande de España por excelencia no tanto sometida al escarnio público, como sí más bien provocando ella misma el derrubio de muchas de las instituciones que supuestamente juraron defender, máxime porque tal enconada defensa parece constituir la única justificación a su cada vez más complicada existencia.

Abogados que acaban en prisión. Fiscales que no acusan. Jueces que tienen que exiliarse para cantarnos las verdades del barquero, vienen a conformar una certera, a la par que tétrica radiografía de un país que inexorablemente llega a su fin, toda vez que las falacias, como las mentiras, tienen las patas muy cortas, de ahí que cada vez resulte más difícil mantener unidas las costuras de un entramado que hace años vio como expiraba la fecha de consumo aconsejado, sin que por ello unos ni otros se preocuparan por tomar medidas. Total... ¿Para qué? ¿Acaso Dios y la Monarquía no están unidos por el principio de eternidad?

Y es así, de manera similar al ataque de pánico con el que el niño se despierta tras una pesadilla, que nuestro país no ha terminado de despertar de su pesadilla. Una pesadilla que procede, como diría DESCARTES, de no ser capaz de diferenciar con precisión los estados omníricos, de aquéllos que son propios de  la vigilia.

La pena es que en este caso no habrá brazos reconfortantes de mamá que vengan a abrazarnos cuando la cruda realidad venga a cobrarse su tributo.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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