martes, 7 de enero de 2014

DE MITOS, SÍMBOLOS, TIEMPO, Y OTRAS FORMAS DE TRANSCURRIR.

Se baja el telón. Las luces se apagan y es entonces, cuando solo el recuerdo de glorias pasadas nos auxilia en la hora de emprender el cada vez más doloroso camino del futuro. Abandonamos así pues con presteza, con sosiego, el espacio que hubiera de sernos propio, aquél que incurre en la nostalgia cuando no en el franco desasosiego; que empezamos a hacernos una vana idea del grado de drama al que en realidad nos enfrentamos.

Es así como, al igual que pasaba con los Concertinos acostumbrados a las óperas en dos actos cuando habían de enfrentarse a una de tres, que algunos han pensado que el grado del cambio al que nos enfrentamos afecta no obstante tan solo a la duración de los acontecimientos. Hoy por hoy, nos sorprendemos remando en aguas bravías cuyo calado y magnitud afectan no obstante con tal grado a la estructura de nuestro navío, que paradójicamente solo la certeza de que bajíos mucho mejor dotados que el nuestro podrían sufrir de parecida suerte; nos llevan una vez más a enarbolar otra vez la bandera de la constatación de la tradición española, ésa que pasa por constatar de nuevo lo que pasa con el mal de muchos.

Telones y luces en El Real, buques y corsarios en La Mar. Y todo en definitiva para constatar que una vez más, cuando España flaquea, o cuando a lo sumo se muestra incapaz de encontrar un viento favorable, bien porque el trapo resulta insuficiente, o porque la tripulación no responde sino a los atributos de rufianes enrolados de entre la escoria del puerto, sin más expectativa que la de reunir valores propios para optar a la comida del dí, es cuando más necesario parece exigir de la imprescindible acción de verdaderos navegantes. Será que una vez más, y sea como fuere, La Patria parece abocada a llamar ante sí a la Historia, en busca no obstante en este caso quién sabe si de ayuda, o de condenación.

Porque definitivamente como de históricos han de ser irrefutablemente tachados los últimos acontecimientos que vienen a ensombrecer aquél que se concita como actual y único presente de España, a la par que desasosegante ha de ser por igual el ánimo desde el que cualquiera persona cabal que observe el desarrollo de las actuales circunstancias, acostumbrara a hacerse una idea, sin que ésta haya de ser necesariamente pormenorizada, del estado de los grandes asuntos de lo que antaño hubiera podido concernir a los verdaderos Asuntos del Reino.

Inmersos cuando no sumidos, pues tan solo la constatación del ligero sutil aporta la diferencia, nos vemos navegando en procelosas aguas cuya oscuridad, para nada incipiente, procede no de la propia constitución de las substancias que las conforman, como sí más bien del empeño de utilizar para su análisis objetos cuando no obsoletos, abiertamente inadecuados para el menester asignados.
Es así que, inmersos en la labor que atendiendo a la Razón debería de sernos propia, esto es buscar cuando no una solución, quién sabe si al menos indagar en las causas del actual estado de las cosas; es no obstante que en este país preferimos hacer ostentación no tanto de nuestras gracias y causas, como sí de los procedimientos esgrimidos para la consecución de las mismas, cuando no para la consolidación de sus fracasos.

Inmersos en la obstinación, cambiamos el discurso por la farfulla, y capaces de desterrar al mejor de los oradores, no nos duele prenda en elevar al rango de gobernante al que otrora no fuera sino sofista y de los malos, pues  ni siquiera tienen retranca.
Desde semejante falta de consideración, desasistimos al Tiempo, y sacrificamos por ende aquello que le es propio, a saber, la Historia, condenando con ello  una vez más el futuro de la nación precisamente por no conocer suficientemente su pasado; poniendo, lo que es peor, al presente como testigo.

Y el país que sacrifica su Historia, deja poco sitio para otros menesteres, entre los que irrevocablemente destaca la responsabilidad.

Ante semejante vorágine, aspectos antaño deslucidos se erigen ahora no tanto como paladines de la ética, sino que suficiente resulta sean capaces de mantener en pie los últimos vestigios de la constatación sistémica a base de hacer imperar una debilitada estética, aspecto éste que logran ratificar a duras penas sustituyendo principios por fines, y metas por objetivos.

A medida que la ficción decae, y que las brumas de la desolación se levantan, hemos de enfrentarnos con la constatación efectiva de la soledad, aquélla que pasa por la consolidación efectiva del principio en base al cual el mero paso del tiempo no lleva necesariamente implícita la consolidación de progreso. Hasta el punto de que al abandono de la paradoja naturalista, nos lleva a topar de bruces con la fatídica realidad. Una fatídica realidad que se consolida en la contemplación reiterativa de que la ausencia de evolución sí que se traduce de manera inexorable en la formación de procesos de decadencia cercanos a la involución.

Es así que, poco a poco, comenzamos a desandar lo andado. Lo que antaño constituyó nuestro en apariencia pasado, se concita hoy ante nosotros conformando un incierto futuro. El ayer es mañana, poniendo como tributo el valor de un hoy cada día más exiguo.
El caos vuelve a ser la fuerza predominante en el universo, y los  socios que le son propios, a saber la discordia y la afrenta, se apresuran a tomar posiciones de cara a la batalla por la recuperación de los espacios que una vez les fueron conquistados.

Desandamos pues, el camino que antaño vio discurrir nuestro orgulloso proceder. El Mito se enfrenta de nuevo al Logos.

Tal vez por ello asistamos con la indolencia con la que lo hacemos al actual Ocaso de nuestros Ídolos. Un nuevo tiempo amanece, y no parece ser el tiempo del Hombre, sino más bien el de los símbolos.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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