domingo, 3 de marzo de 2013

DE CUANDO ALGUNAS COSAS NECESARIAMENTE HAN DE VOLVER A DECIRSE.


Dice Maquiavelo en El Príncipe, “que es en definitiva así que lo que permite discernir lo que es real de aquello que forma parte de la ficción, es que sólo las situaciones ficticias son deseables de ser convertidas en realidad.”

Desde la perspectiva de pensamiento que semejante tesitura nos proporciona, bien puedo hoy, una vez que considero debidamente transcurrido el tiempo suficiente como para poder decir que la excesiva ilusión no nubla mi escaso entendimiento; que la conversación mantenida el pasado jueves con Beatriz Talegón, ha supuesto en realidad la vuelta al reconocimiento de valores, fenomenologías y por qué no decirlo, ilusiones, todo lo cual creía ciertamente perdidos, en la tumultuosa encrucijada en la que hoy parece haberse convertido la realidad.

Es el de Beatriz un discurso que manifiesta los alardes propios de las grandes sinfonías. Así, la prisa que en principio le es propia a la pasión, se ve sustituida de manera muy acertada por esa cadencia propia de las grandes ocasiones, la de aquéllas en las que la única certeza pasa por comprender que más pronto que tarde, la razón habrá de imponerse.
Y es así que sus palabras, adoptan a menudo la forma de notas, que siguiendo por otro lado las consignas propias del concierto bien elaborado, transitan, que no deambulan, sabedoras de que forman parte de un compás perfectamente estructurado.

De semejante tesitura que, siguiendo el esquema vivaldiano, resulta imprescindible ser igualmente paciente para, una vez disfrutada la tensión del primer movimiento, irrefutablemente rápido, ser capaces de discernir la esencia, y disfrutar desarrollándola en el movimiento central, aquél en el que, como pasa con las buenas faenas, se deciden los trofeos.
Y es ahí precisamente, bajo la mirada atenta y escrutadora de los entendidos, de los que habitualmente ocupan los asientos del siete, donde los tiempos y los modos propios del que sabe que tiene material, desarrollan con la textura del lujo de la parsimonia; habrá de ser donde inexorablemente se decida la suerte que, en el caso que nos ocupa, consistirá no en la obtención del aplauso fácil, cercano a la lisonja. El aplauso en este caso, como en las grandes ocasiones, está más cerca del silencio. Tiene forma de murmullo, el murmullo previo a la expectación, y que es el practicado por los entendidos. El murmullo de esos pocos que, mientras que la mayoría del tendido, plagado por igual de plañideras y palmeros que se dejan arrebatar por el tumulto levantado por cuantos se sienten encantados de haberse conocido a sí mismos; terminan inexcusablemente por rendirse ante el silencio por otro lado estrepitoso que circunda la convicción del que es consciente que esa tarde, ha visto a alguien que sin duda, será un gran maestro.

Y es que, en definitiva, lo difícil no es llegar, sino mantenerse.

Por eso, cuando en la noche del pasado jueves, y a lo largo de cuatro maravillosas horas, deshojamos pacientemente junto a Beatriz Talegón la margarita en la que hoy por hoy se ha convertido el panorama político nacional, comprendimos que, efectivamente, hay materia.

Hay materia, y lo más importante, la hay para tiempo. Porque Beatriz representa la definitiva eclosión de una muy interesante generación que, en tanto que superados los cismas que a modo de Pecado Original parecían marcar genéticamente a todas las generaciones previas, ha nacido libre incluso del recuerdo de los conceptos rancios y casposos que coartan el desarrollo de nuestro país en lo que concierne a muchas más cosas de las que nos imaginamos, o estamos dispuestos a aceptar.

Beatriz Talegón es la voz de una generación verdaderamente libre, sin herencias, carente de la mácula que otros por  más que les pese poseen, o en el peor de los casos representan.
Ahí es donde paradójicamente redunda su desgracia. Una desgracia que procede de comprobar que los manchados, en contra de lo que otros cometimos el error un día de pensar, no se encuentran perfectamente identificados. Unos manchados que desde uno y otro lado de las trincheras ideológicas se empeñarán en clausurar a cualquier portador de un discurso como el que el jueves tuvimos la oportunidad de disfrutar, porque no cabe la menor duda de que se disfrutó.

Un discurso que, en contra de lo que pueda parecer, no necesita decir muchas cosas nuevas porque las esencias ya están planteadas. Un discurso cuya fuerza redunda en decir de nuevo las cosas por su nombre. Un discurso cuya esencia responde a la correcta localización de los principios. Un discurso cuya vitalidad pasa por recuperar las ilusiones, sin la menor necesidad de hacer de viejas ideas banderas pasionales.

En definitiva, un discurso que parte de llamar al pan, pan. De llamar al vino, vino.

Un discurso que nos enfrenta con la terrible realidad, la que pasa por saber que el tiempo de las reminiscencias se acabó. Que ya es la hora de asumir nuestra responsabilidad, decidir qué queremos, y lo más importante, no escatimar un ápice en el esfuerzo que estemos dispuestos a desarrollar para conseguirlo.

Por ello, una vez más, gracias Beatriz Talegón.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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