martes, 21 de junio de 2011

DE CUANDO LO ÚNICO QUE TENEMOS ES LA CERTEZA DEL ABSOLUTO DESCONOCIMIENTO HACIA AQUELLO QUE NOS RODEA.



Para pleno conocimiento y posterior cumplimiento del Común:


Mirad vosotros que yo, Nicolás Eymerich, Inquisidor Mayor de Aragón, de Rango Múltiple en tanto que así reconocido por su Excelencia el Sumo Pontífice de Roma; vengo de nuevo, a poner de manifiesto algunas de aquellas cosas que, si bien ya han sido comentadas y reseñadas en las incontables calendas que redundan de mi época; no es menos cierto que su incumplimiento, bien por incompetencia, cuando no por mera dejadez, hacen más que necesaria de nuevo la reflexión fría, de este que de nuevo os saluda y habla.

Miro con estupor a mi alrededor, y, una vez más, como tantas y tantas veces, lo que recojo de las miradas cargadas de sueños propias de los niños; y de los ojos cargados de miradas de los mayores, vuelve a ser, como tantas y tantas otras veces, aquello que de nuevo se presenta ante nosotros. La renovada imagen del miedo, del estupor, ante lo desconocido.

La Dialéctica que ya le fue propia a mi maestro, Aristóteles, se posiciona una vez más como único vestigio de la razón dentro de este maremágnum en el que se ha convertido, de nuevo, la realidad del Hombre Actual.
La Historia se repite, punto por punto, en todos y cada uno de sus hechos. La aparente actualidad, hace cumplidos esfuerzos por parecer distinta. La Realidad que nos circunda se renueva día a día para, a cada instante, poner de manifiesto que, a estas alturas, realmente resulta complicado poner nada nuevo bajo el sol.

Y es precisamente de este canto al pasado, de donde paradójicamente pueden extractarse las mejores lecciones de cara al soslayo, cuando no directamente a la solución de ese tan repetido a lo largo de la Historia, fenómeno que se ha dado en llamar “Crisis”. Porque sí, que nadie se confunda, las crisis, en sus incontables métodos y con sus fenomenologías que les son propias; han estado presentes en la Historia de manera específica. Porque si de algo no ha de quedar duda, es de que ellas son parte imprescindibles no ya de la Historia Social del Hombre; sino del hecho incuestionable que se manifiesta desde el momento en que sólo la manera de afrontar, y por ende de solucionar estas crisis, depende de manera implícita la Evolución Social del Hombre.

Una de las sorprendentemente pocas cosas que diferencian al Hombre actual, del propio de mi época, no es otra que la que se manifiesta cuando podemos afirmar que el Hombre actual puede conocer a ciencia cierta el hecho por otro lado indescifrable para el Hombre de mi época; esto es, el hecho de hallarse inmerso en una Crisis. Lo que acabo de referir no es vacuo, ni mucho menos ambiguo. Lo dicho se resume en el corolario lógico de que sólo aquél que es consciente de que habita en un problema, se encuentra a priori capacitado para buscar las mejores soluciones al mismo. Así, el ente social moderno, que tiene por convencional vivir conforme a una serie de sensaciones de tranquilidad, tanto económica, como Social y de familia (Estado del Bienestar creo que lo llamáis), es por primera vez consciente de las más que previsibles consecuencias que sobre este vayan a tener circunstancias un tanto genéricas, y que se agrupan en torno a lo que llamáis, Crisis.
A título de comparación, pensad tan sólo en el hecho vital que le era propio al Hombre de mi época. Hambrunas, Pestes, y el azote acompasado de la Guerra, eran el denominador común de su vida. Por ello, el no disponer de recursos temporales que le permitieran abandonar mentalmente aquella perspectiva, imposibilitaban, generación tras generación, el que aparecieran elementos competentes a la hora de promover visiones nuevas.

Por ello, llegados a este punto, hay que sentar la primera máxima: Sólo a partir de las soluciones que se dispongan a este examen social que se ha dado en llamar crisis, podrá determinarse, entre otras cosas, el tiempo que tardemos en entrar en otra, así como la magnitud de la misma.
Dicho de otro modo, en vuestras manos, y solo en las vuestras están las respuestas a preguntas tales como hasta dónde y cómo llegaremos.

En esencia, la cuestión aparece bastante clara, y perfectamente perfilada. Sólo el hedonismo de los hombres modernos, les impide mirar en el pasado en busca de aquellas que en su momento supusieron respuestas y abiertas soluciones a crisis pasadas.
Sin embargo, si no saber mirar atrás en busca de soluciones, supone un grave error, no sería menor el empeñarse en dar respuestas viejas a cuestiones nuevas.

Por ello, se me eriza el bello bajo el hábito, a la par que mi instinto se pone en guardia a la espera de la consumación de un peligro inequívoco, cuando escucho a la Sra AGUIRRE, a estas horas ya investida de nuevo PRESIDENTA DE LA COMUNIDAD DE MADRID, afirmar de manera taxativa que el Liberalismo ha de ser la vía que nos saque de la crisis.
Ciertamente, una de las circunstancias que más claramente marcan la diferencia entre la época que me es propia, y esta tan maravillosa que vosotros vivís, es precisamente el vicio que habéis adquirido para complicar las cosas como método habitual de trabajo. Volviendo a citar a Aristóteles por aquello del argumento de autoridad, vosotros os empeñáis en complicar las cosas añadiendo variables allí donde no las había o se presentaban en poca cantidad. Nosotros las simplificábamos, procediendo de acuerdo a los métodos que el Maestro definió con erudita precisión, esto es, analizamos para comprender.
A modo claro de ejemplo. Una de las pocas conclusiones que habéis alcanzado en pos del asunto de la crisis, es aquella que se resume en la demostrada convicción de que la excesiva permisividad demostrada para con los distintos procederes de la actividad financiera, bien pudiera estar en la base de una serie de acontecimientos que, unidos a la incapacidad del Sistema para arbitrar los métodos de control imprescindibles, han acabado por confeccionar un marco en el que la excesiva especulación ha arruinado a los propios mercados.
Como sorprendente conclusión, ponéis en marcha un complejísimo método encaminado a sacar a flote a las Entidades Financieras, las cuales son la imagen de la catástrofe.

Nosotros, simplemente, hubiéramos quemado al usurero acusado de enriquecimiento desmedido en tanto que ha soslayado todas y cada una de las buenas prácticas que rigen su actividad.
Luego hubiésemos dado muerte por decapitación al Sheriff del condado donde se hubieran producido los dislates, precisamente por ser incapaz de desempeñar su labor con respeto al cargo.

Seguro que, hoy por hoy, hay capacidad para encontrar un “Virtuoso Término Medio”, que diría el insigne Aristóteles.


Recordad, las hogueras vuelven a arder. Su Juicio se acerca, y es inminente.


Nicolás EYMERICH.

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