miércoles, 4 de mayo de 2011

EL LARGO CAMINO HACIA LO LÚGUBRE.


Los caballos pifian. Una vez coronada la colina, superada la suave pendiente que les aleja de la ciudad, parece verdaderamente que el aire está más ligero, que es menos denso. Desde su llegada a Castres el Padre Nicolás no recuerda una sola tarde en la que el aire no esté viciado, cargado con esa extraña densidad que parece cargarlo todo por aquellas tierras, y que en cualquier caso a él parece perseguirle, para abotargarlo.

A pesar de todo, su labor está hecha. Como Inquisidor mayor de Aragón, ha sabido cumplir sus órdenes, y además lo ha hecho de una manera envidiable. Ha sido capaz de conjugar en una sola acción, el camino necesario para lograr el éxito en sus dos complicadas y a priori imposibles de coordinar propósitos. Ha sido capaz de reforzar el Poder de aquellos que le promovieron hasta allí, a la par que ha sabido poner fin a la herejía.

Pero lo gritos ensordecedores de sus víctimas resuenan en sus oídos. Su sueño será el precio que habrá de pagar. La jauría tiene hambre. Él la saciará.

Mientras tanto, el Padre Corona no parece estar muy de acuerdo. Sus hábitos dominicos conservan todavía el olor. La frase de Ricardo al tomar San Juan de Acre unos años atrás se hace sitio de nuevo: “Matadlos a todos, que Dios se ocupará de separar a los buenos de los impíos allá en el Cielo.”

Han transcurrido más de setecientos años, y sin embargo, asistimos un día más, desde la inmunidad que nos proporciona la apatía, a otro de esos episodios en los que el animal que llevamos dentro aflora, llevándose por delante de manera dantesca, por no decir macabra, aquello que ha tardado tantos años, que ha costado tanto tiempo, arraigar en nuestra conciencia. La capacidad para distinguir lo bueno de lo malo; de separar lo correcto de lo incorrecto. La capacidad para saber lo que está bien, y actuar conforme a ello.

La muerte de Bin Laden, o más concretamente la cadena de acontecimientos que se han sucedido una vez conocida la noticia, se han convertido en un ejemplo claro de lo que ocurre cuando la sociedad se convence a sí misma de que el mero paso del tiempo acarrea propiamente progreso. Nada hay más frágil en la condición del Ser Humano que su arriesgada apuesta por la Moral. La Moral, ese extraño hecho que nos proporciona la condición que nos hace humanos, en tanto que nos aleja de la original y no menos propia, la de animales.

Sin embargo, no puedo dejar de convencerme de que el progreso en Moral no sólo no es rectilíneo, sino que además se encuentra jalonado de retrocesos, de vaivenes; de continuas idas y venidas; en tanto que una vez más mis semejantes me sorprenden tomando la decisión de que, tal vez para dar un paso hacia delante, sea perentorio dar dos hacia atrás.

No se trata de que la imagen todo un Premio Nóbel de la Paz se congratule abiertamente ante las cámaras de todo el Mundo atribuyéndose la muerte de un semejante. Para evitar eso, sería suficiente con que a partir de ahora se modificaran las condiciones a partir de las cuales se fuera merecedor de semejante atributo. Lo más sangrante, lo más inquino, a la par por qué no decirlo de lo más vergonzoso, ha sido comprobar como todo el mundo, con sus líderes a la cabeza, competían en una macabra carrera en pos de ver quién felicitaba antes al verdugo por haberse cobrado su pieza.

Ahora sólo falta que cumplan con el ritual de mostrarnos su cadáver, lo descuarticen y coloquen sus restos en cada uno de los cuatro senderos que marcan la llegada desde los distintos lugares. Todo ello con el consabido mensaje: “Que todo el Mundo sepa que en este lugar se imparte Justicia.”

Flaco favor se ha hecho hoy a la Justicia.

Hoy hemos retrocedido varias centurias en nuestra evolución. Si aquel fatídico 11 de septiembre se puso fin a la posibilidad de comenzar un siglo XXI de manera honorable, los acontecimientos que acaban de desarrollarse, y para los que una vez más lo atribulado de la actualidad nos impide ser netamente conscientes de lo que ocurre; no hacen sino devolvernos a la cruel realidad que hace innecesaria cualquier interpretación, cualquier metáfora. Basta con ver a nuestros semejantes gritando presas del fervor U.S.A, U.S.A. nos sirve para entender que, necesariamente, tenemos que haber retrocedido en el tiempo, o habernos materializado en otro espacio, un espacio propio a la atmósfera del Planeta de los Simios.

Y en medio de todo esto, cualquier posibilidad de dejar a nuestros descendientes un Mundo Mejor, se desintegra, se hace añicos, como aquél juguete que, siendo niños, y por más que nos dijeron una y otra vez que tuviéramos cuidado, acabó resbalando entre nuestros dedos, tal vez materializando nuestra convicción moral de que ciertamente, no éramos merecedores de tanto honor.

Toda Sociedad corre grandes riesgos en pos de su evolución. Uno de los peores es el que se materializa cuando creemos que el nuestro es el mejor de los tiempos posibles. A partir de ese momento, la soberbia abre el camino a las enfermedades que, antes o después acaban por destruir todo atisbo de desarrollo moralmente correcto.

Lo acontecido hoy, nos lleva a tener que aceptar la convicción de que aquello que comenzó el 11 de septiembre de 2001, y que amenazaba con evitar un buen siglo XXI, se ha completado hoy. La jauría vuelve a tener hambre. Por ello jalea la muerte de uno de los suyos, y encumbra al poder a otra fiera, que en definitiva no hace sino rugir de otra manera, de una manera que es más satisfactoria para la caterva.

El círculo se ha cerrado, otra ocasión de hacer algo verdaderamente bueno desperdiciada. Y en esta ocasión sabemos algo peor. Sabemos que somos responsables, sabemos que el tiempo se acaba.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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