sábado, 14 de febrero de 2009

AQUÉL DEBIÓ DE SER UN BUEN AÑO




O al menos un año de buena cosecha, como diría sin duda un viticultor, ya que el resultado de aquél 1809 fue un caldo bueno: Denso, con graduación alcohólica, de eso no cabe duda, pero resultando un alcohol propio de la destilación del etanol, por ello más espeso y retenido que el procedente de la destilación de los azúcares, cuyo resultado es más superficial, menos prolongado.

Y es que precisamente en la semana que estamos a punto de dejar atrás se cumple el segundo centenario del nacimiento y muerte, respectivamente, de dos pesos pesados de la Historia de la Humanidad, cuales son A. Lincolm y C. Darwin. Dos hombres que, cada uno a su manera, y desde sus respectivas áreas de actuación, cambiaron sin duda el aspecto de la Sociedad de su época, haciendo sin duda posible la nuestra tal y como la conocemos.
Lincolm fue capaz de ver más allá, entendió a sus semejantes, pero quizá lo más importante, por novedoso, fue su capacidad para entender a los que no lo eran. O tal vez, hilando un poco más fino, fue su capacidad para no necesitar entenderlos, bastaba tan sólo con respetarles tal y como eran, como semejantes.
Darwin fue aún más allá. Superó mitos, y se dispuso a ir un paso por delante de lo que la realidad del momento, al menos la realidad que se predicaba desde los púlpitos y las camarillas, exponía. Superó el Creacionismo a base no de cuestionar nada, bastaba con observar lo que había fuera, al alcance de cualquiera que tuviera la habilidad para verlo con sus propios ojos, y la valentía para aceptarlo con su cerebro, sin tenerlo que pasarlo antes por el denso tamiz de la creencia.

Ambos lo hicieron, como otros antes lo habían hecho. Basta recordar el “Giro Copernicano-Kantiano,” con el que la posición del Universo respecto del Hombre según Copérnico, y del Hombre respecto del Universo, según Kant, se vieron definitivamente reescritos para siempre; y así permanecen a día de hoy.
En éste caso, en el que la nueva teoría Heliocéntrica se enfrentaba a la universal y religiosamente preconizada por el modelo “Aristotélico-Ptolemaico,” las cosas eran si cabía bastante más complicadas que ahora, máxime porque no bastaba con tener razón como ahora teoriza el “Procedimiento Científico.” Además era necesario ser capaz de defenderla, e imprescindible que te la quisieran dar.

A día de hoy esto no es imprescindible. Algunos llevamos años diciendo que ésto no se sostiene, y que como en todo sistema complejo, el rozamiento y las pérdidas en forma de calor, harán que tenga en sí mismo el motivo de su declive, esto es, simple y llana degeneración.
El momento ha llegado. El modelo ha caído. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido con el modelo Aritotélico Ptlemaico, no lo ha hecho impulsado por el empuje de otro renovado que lo ha desplazado, sino que se ha desplomado, ha implosionado, atrapando en su interior a sus víctimas, cuyos gritos resuenan aún a nuestro alrededor.

La propuesta es sobrecogedora, y por ello asusta. Sin embargo, en términos sociales, morales y políticos, ¿ de verdad no es emocionante volver a inventarlo todo, definir un mundo nuevo, en el que volver a escribir las nuevas certezas, partiendo de las viejas premisas, pero sin olvidar superarlas.?

O es que alguien le había dicho a Lincolm que hoy habría un Presidente en USA del color de aquellos a los que él dotó de la condición de semejantes. Además, también esta semana se ha descubierto que el genoma del Hombre no es tan parecido al del Chimpancé. Afortunadamente.

Luis Jonás VEGAS VELASCO
FEBRERO DE 2009.

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